Esta casa de campo nos recuerda a las villas italianas del renacimiento por su idílica situación en un entorno rodeado de bucólicos jardines y naturaleza, aunque tiene más que ver con la moda francesa de erigir pabellones de retiro y descanso alejados de la vida de palacio. Este edificio de estilo neoclásico servía como espacio de recreo a Carlos IV durante su juventud y fue realizado en granito, material predilecto en la zona desde la construcción del Real Monasterio.
Su estructura nos muestra una disposición proporcional y armónica, muy al gusto del siglo XVIII, época en la que se construyó, basándose inicialmente en un diseño de Juan de Villanueva, aunque su ejecución tuvo lugar en dos fases: la primera entre 1771 y 1773, y la segunda, con una ampliación del espacio, diez años después, entre 1781 y 1784.
En su interior alberga una valiosa escalera de mármol, además de diversos objetos preciosos de arte mueble y suntuario importados en su mayoría de Francia, y que nada tienen que ver con el aspecto sobrio del exterior del edificio. Se adquirieron también para su decoración cuadros tan notables como Guirnalda con la adoración de los Magos de Pieter Brueghel el Joven, que se encuentra actualmente en el Museo del Prado y muchas otras obras que se han ido distribuyendo en otros emplazamientos.
En la actualidad no se puede visitar su interior, pero merece la pena conocer sus jardines para apreciar los contrastes que ofrece la naturaleza y escuchar el sonido de la fuente situada en la rotonda central, que hace de espejo a este coqueto edificio.
Texto: Paloma Dominguez